Tejedora quechua en Cusco, Perú.
© Marcela Torres
por Marcela Torres
Conocer gente de otros países,
culturas y costumbres es parte de la magia de viajar. Muchas veces nos
encontramos con personas encantadoras que comparten sus tradiciones con
nosotros y no podemos resistir la tentación de capturar ese momento con
nuestras cámaras fotográficas. Sin embargo, este impulso entusiasta a veces
puede provocar una reacción negativa inesperada.
Varios autores advierten del
peligro de la “mirada del turista”. ¿A qué se refieren? A que las personas de
una comunidad local se sientan vistas como objetos atractivos; algo extraño o
sorprendente que se debe observar. Esta sensación, sin duda, puede ser
ofensiva.
Además, no es un mito que
numerosas tribus y culturas indígenas en América Latina rechazan las
fotografías por diversas razones, incluyendo la creencia de que éstas les
robarían el alma. Desde el norte de México hasta el sur de Chile existen
variados testimonios de comunidades que le temen o desconfían de las cámaras y
de las intenciones de quienes las llevan.
Cuenta un fotógrafo profesional
que al llegar de improviso a un pequeño poblado de la Sierra Central de México
junto a unos amigos se vio rodeado de niños y niñas por todos lados, atraídos
por sus “curiosas” vestimentas y actitudes. Pero el jolgorio acabó en el
momento en que sacó su cámara fotográfica y apuntó a los niños, que arrancaron
despavoridos.
En la Ciudad Perdida, de la
Sierra Nevada de Santa Marta en Colombia, por razones religiosas y culturales,
las personas de ascendencia indígena evitan que se tomen fotografías de ellas
mismas, sus casas y sus objetos. A los turistas se les advierte que no
insistan, para no causarles molestias y no invadir su intimidad.
Los mapuches, que habitan el
sur de Chile y Argentina, también rechazan las fotografías. Para ellos, la
imagen tiene un espíritu y si alguien la capta se lleva algo de ellos mismos.
Esta creencia ha presentado un desafío para los realizadores de documentales,
quienes deben dar muestras de respeto y confianza para obtener sus filmaciones.
Sin embargo, muchas veces los artistas simplemente toman la foto o video,
prometiendo volver y entregar una copia, pero no aparecen nunca más. Es
importante tener en cuenta que el mapuche siempre va a pedir (y a exigir, en
algunos casos) el símbolo concreto de aquella vez en que prestó un pedacito de
alma. Se sabe de un par de ocasiones en que las personas se han sentido tan
ofendidas por la fotografía que han roto las cámaras de algunos turistas.
El caso del científico
italiano Guido Boggiani es, sin duda, el más extremo. Boggiani vivió muchos
años con la tribu Caduveo en Paraguay y se obsesionó por el tatuaje o pintura
corporal, tomando más de 500 fotografías que él mismo reveló en medio de la
selva. Fue asesinado en 1902, a los 40 años, y -aunque no existe certeza
absoluta- se sospecha que el motivo fue su actividad fotográfica, ya que la
expedición que fue en su búsqueda encontró sus restos enterrados con su cámara
despedazada. Después de su muerte, un colega publicó una serie de 100 tarjetas
postales sobre estos aborígenes paraguayos, que incluía un suplemento reservado
de 12 desnudos especiales para científicos.
Por supuesto, hoy en día es
muy improbable que alguien te amenace de muerte por tomarle una fotografía,
pero no está demás evitar un mal rato y mostrar respeto por la otra persona
haciendo una simple pregunta: “¿Puedo tomarle una foto?”
Esta entrada fue publicada originalmente por la autora el 15 de octubre de 2011.
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